En la Declaración del Centenario sobre el Futuro del Trabajo del año 2019, la Organización Internacional del Trabajo, con motivo de la celebración de sus primeros 100 años de existencia, advirtió que nos encontrábamos frente a cambios “radicales” en el mundo del trabajo, impulsados por fuerzas como las innovaciones tecnológicas, los cambios demográficos, el cambio medioambiental y climático, y la globalización.
Y no es muy frecuente, ni mucho menos común, que la OIT utilice una palabra tan tajante para describir un problema, sobre todo si se considera que es una Organización que tiene más de un siglo de experiencia en el uso del más exquisito lenguaje diplomático.
La palabra “radical” sugiere que las transformaciones serán “de raíz”, de modo absoluto y con una afectación total de la estructura del trabajo. Además, insinúa también que los cambios serán disruptivos, es decir, que producirán una interrupción súbita y transformaciones a una velocidad inusitada. Por eso, se advierte en la Declaración –con evidente tono de preocupación– que “es imprescindible actuar urgentemente”.
Y lo dice una Organización Internacional que ha sido testigo de excepción de muchas de las transformaciones que ha experimentado el trabajo a lo largo de su historia.
En ese sentido, una de las preocupaciones que más ha captado la atención de la opinión pública internacional, ha sido la turbulencia e inestabilidad en la que se hallan los mercados laborales, que han entrado en una dinámica de destrucción y creación de nuevos puestos de trabajo.
En efecto, son múltiples los estudios que han anunciado la destrucción masiva de millones de puestos de trabajo, sobre todo, por la implementación de las innovaciones tecnológicas.
Por ejemplo, en 2017, el Presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, advirtió que en las economías emergentes se perderían dos tercios de los empleos actuales. Y enfatizó que los empleos que desaparecieran no regresarían nunca más.
No obstante, en un informe del año pasado, ese mismo Organismo también reconoció que la idea sobre un reemplazo absoluto de los trabajadores por los robots inteligentes era exagerada y que los datos sobre el empleo industrial en el mundo no reflejaban tal cosa.
Pero en lo que sí parece haber consenso entre los economistas y entendidos, es que muchos de los trabajos y las profesiones actuales desaparecerán irremediablemente en el futuro. De hecho, el propio título de la Declaración de la OIT sugiere cierta incertidumbre en ese sentido, porque al hablarse del futuro de “algo” es porque no se está completamente seguro sobre si esa cosa estará allí con el devenir del tiempo.
Por eso, el Maestro panameño Rolando Murgas Torraza prefiere invertir las palabras y hablar del “trabajo del futuro”, para darle así mayor certeza al asunto y dejar claro que si bien estamos frente a cambios drásticos en el mundo laboral, el trabajo jamás dejará de existir.
Sin embargo, aún si lográsemos mantener la balanza a favor del empleo en los próximos años, deberemos igual enfrentar problemas tan serios como la capacitación masiva de las personas, para evitar que el analfabetismo digital expulse a la gente hacia el desempleo tecnológico.
Por esa razón, la Declaración de la OIT ha puesto un especial énfasis en “promover la adquisición de competencias, habilidades y calificaciones para todos los trabajadores a lo largo de la vida laboral”. Y reconoce, en ese sentido, que existe un “déficits de competencias existentes” y que hay que “prestar especial atención a asegurar que los sistemas educativos y de formación respondan a las necesidades del mercado de trabajo”.
No obstante, apenas seis meses después que la Declaración de la OIT nos confrontara con una problemática tan seria y advirtiera sobre los retos y desafíos que se nos avecinaban, una nueva pandemia ha cambiado radicalmente el escenario mundial y amenaza con destruir los mercados laborales del mundo entero, así como a precipitar las transformaciones en un contexto mucho más complejo del que se esperaba.
En efecto, esta semana la propia OIT advirtió que 25 millones de empleos estarían en riesgo de desaparecer por el Covid-19, en momentos en los que el desempleo mundial ya rondaba las 190 millones de personas en el 2019.
En ese sentido, las empresas están tratando de sortear la crisis a través de medidas paliativas, como la reducción de sus jornadas laborales, suspensión temporal de las relaciones de trabajo, implementación del teletrabajo o el otorgamiento de vacaciones a sus empleados.
Sin embargo, hasta ahora solo ha dado tiempo de tomar medidas de contención, que –se sabe– no resistirán por mucho tiempo. Por eso, el riesgo de despidos masivos es inminente en el corto plazo, tal y como lo observa la OIT.
Por su parte, los gobiernos se han enfocado en detener la pandemia, al costo que sea, tomando medidas drásticas que han implicado una paralización –casi total– de los sistemas productivos de la mayoría de los países del mundo.
Las naciones más ricas y con economías más sólidas, están implementando ya programas de ayuda a las personas que están perdiendo sus trabajos o dejando de percibir temporalmente sus salarios, así como a quienes se encuentran en la economía informal, que en Latinoamérica se cuentan en millones de personas.
Pero otros países más pobres, como Venezuela, lucen muy vulnerables frente a una crisis de magnitudes colosales. Lo que hace impredecible la estabilidad de nuestro país que ya sufría una crisis humanitaria sin la pandemia del Covid-19.
Finalmente, los sistemas educativos hacen todo lo posible para servirse de las tecnologías y continuar los programas educativos a distancia. Pero si algo ha dejado ver esta crisis, es que, al menos en Latinoamérica, en este asunto todavía estábamos en
pañales.
Lo que sí parece ser un hecho incontrovertible, es que las afectaciones económicas durarán más tiempo que la pandemia del Coronavirus. Por eso, cuando esta pesadilla termine, tocará volverse a levantar y maniobrar en escenarios económicos, políticos y sociales muy complicados.
En cualquier caso, si algo hemos aprendido de crisis y pandemias anteriores, es que solo a través del respeto de la dignidad de las personas, de sus libertades, de la negociación y del diálogo social, lograremos superar las dificultades y salir adelante.
En efecto, la OIT se fundó en 1919 con el tratado de Versalles que le puso fin a la Primera Guerra Mundial, y en medio de la pandemia de la gripe española que liquidó entre 40 y 100 millones de personas en todo el mundo.
Lástima que esto ocurra en tiempos donde el populismo se ha vuelto a apoderar de tantas naciones en el mundo, y en momentos en los que algunas democracias de la Región ya venían tambaleándose, incluso antes de que comenzara la pandemia. Amanecerá y, como decía
Gustavo Cerati, algún daño repondremos…